Hicimos
casi todo el camino hasta Arezzo de noche, los últimos kilómetros
por carreteras convencionales y comprobamos que así como las
autopistas de peaje tienen un excelente asfaltado el resto está en
un lamentable estado de conservación. En Arezzo aparcamos en un gran
aparcamiento junto a unas cuantas autocaravanas. La noche fue muy
lluviosa, pero el viernes 14 amaneció soleado, era día par y se
mantenía la regla de que los días pares......
Arezzo,
como el resto de poblaciones que visitaríamos después está
construida en lo alto de una colina, costumbre muy italiana la de
edificar en las cimas de las montañas. Caminamos unos diez minutos
hasta la puerta de la muralla en la que empiezan las escaleras
mecánicas que llevan a lo alto del pueblo. Visitamos en primer lugar
la catedral gótica y echamos un vistazo al resto de edificios
históricos que hay en la plaza (palacio episcopal, ayuntamiento....)
después fuimos hacia la Piazza Grande deteniéndonos antes para
contemplar la Pieve (iglesia en italiano) de Sta. María que tiene
una magnífica fachada románica y un campanario con 40 aberturas
conocido como la torre de los 100 agujeros.
En
el interior destaca un maravilloso políptico de Pietro Lorenzzi, una
cripta con unos deliciosos capiteles en sus columnas y en la nave
central una columna pintada al fresco representando a dos santos.
La
Piazza Grande está
totalmente inclinada y en ella destaca el precioso ábside de la
Pieve de Sta. María y en él una columna quebrada muy graciosa.
Aquí
se rodaron gran parte de las escenas de La vida es bella .
Por último fuimos a la Iglesia de
S. Francisco en la que se encuentra el ciclo de 10 frescos de Piero della
Francesca sobre la leyenda de la Vera Cruz.
Regresamos a la autocaravana y
pusimos rumbo al siguiente destino: Cortona. Que también se
encuentra en lo alto de un cerro. Aparcamos a media ladera, comimos y
tomamos las escaleras mecánicas que llevan al casco histórico, en
realidad una calle principal repleta de pequeños comercios desde la
que salen callejones a ambos lados.
Al final del recorrido se llega al
Duomo, que estaba cerrado, y al museo diocesano en el que se
conservan espléndidas obras de Luca Signorelli y Fra Angelico.
Regresamos al aparcamiento, desde el
que se divisan unas magníficas vistas del Val di Chana con el lago
Trasimeno al fondo. Unos negros nubarrones anunciaban la ruptura de
la norma de sol en los días pares.
El
siguiente destino era Lucignano y hacia allí nos dirigimos, antes de
llegar hicimos una parada en un LIDL para comprar sus magníficos
yogures (milbona bio-natural). Lucignano, para no ser menos, también
está en lo alto de un cerro, solo teníamos referencia de un
aparcamiento y hacia él fuimos con la desagradable sorpresa de que
estaba cerrado el acceso por unas vallas. Era noche cerrada y
comenzaba a llover. En la travesía de la población no habíamos
visto ninguna otra alternativa donde poder parar
para recomponer la situación así que decidimos avanzar por la
carretera hasta que encontráramos un lugar donde poder hacerlo
y plantearnos que
hacer, avanzábamos kilómetros sin encontrar donde parar, la lluvia
se intensificaba, la noche era cerrada, la carretera estrecha y la
situación inquietante. Finalmente accedimos a una población sin
saber cual era, el gps y el teléfono nos indicaron que estábamos en
Monte San Savino. Encontramos un lugar asfaltado en el que aparcar y
decidimos quedarnos allí. La lluvia no cesaba y la tormenta explotó,
la antena de televisión localizó el satélite, pero el
decodificador no mostraba señal de emisora alguna, pidió una
actualización, intentó hacerla pero no conseguía acabar, lo
reinicié varias veces con resultado infructuoso, cuando
decidimos renunciar no se dejaba apagar, al final tuve que
desconectarlo y no ha vuelto a funcionar. Intentamos ver algún
capitulo de Juego de Tronos con el dvd de la televisión pero el
ruido de la lluvia impedía escuchar el sonido, así que decidimos
irnos pronto a la cama. La tormenta duró muchas horas, los
relámpagos y los truenos eran cada vez más fuertes y su intervalo
cada vez menor.
Después de la tempestad vino la
calma y el sábado 15 amaneció frio y soleado, había llegado el
momento de replantearse el resto del viaje, teniendo en cuenta que la
fecha de regreso desde Italia no se podía variar por los compromisos
que teníamos en España, había que renunciar a parte del viaje, y
así lo hicimos. De momento y dado que Monte San Savino nos había
dado cobijo miramos en la guía y vimos que tenía algún interés y
decidimos dedicarle un rato. Recorrimos su centro histórico, que
tiene rincones y edificios hermosos, e hicimos alguna compra. Después
pusimos rumbo a Montepulciano una población más en lo alto de un
cerro, aparcamos en el parquing de pago junto a unas cuantas
autocaravanas, revisamos nuestras notas sobre esa población y Tere
localizó dos o tres restaurantes de comida toscana recomendables para
invitarme a comer pues era su santo. En Montepulciano no hay
escaleras mecánicas para subir, pero si un microbús que se coge
antes de la muralla y lleva hasta la Plaza Grande en la que están la
catedral y el ayuntamiento. Nos pusimos en la parada a esperar y
cuando llegó el micro nos montamos le pregunté al conductor que
cuanto costaban los billetes y me dijo que él no los vendía.... me
fui a sentar junto a Tere y comenzó a ascender por una calle
empinada y muy estrecha con comercios a ambos lados, de repente paró
junto a uno de los comercios
y le pidió a la dependienta dos billetes, me los dió y le pagué
los 4€.
Curioso
sistema el de los transportes urbanos italianos, en unos no se venden
los billetes a bordo, en otros cuesta más comprarlos al conductor
que en los comercios donde los venden, en las paradas suele poner
donde se venden, pero puede estar desactualizado. En alguna ocasión
he ido a comprar billetes a bares donde ya no los venden. En alguna
población se pueden comprar vía SMS y en otros se pueden adquirir
en las máquinas de pago de los aparcamientos. Un verdadero
galimatias.
Nos
bajamos en la Plaza en la que están la catedral, el ayuntamiento y
el Palazzo Contucci que alberga la Cantina (bodega) del mismo nombre.
Montepulciano
además de por sus monumentos, callejuelas y magníficas vistas tiene
fama por sus excelente vinos, especialmente el Nobile
de Montepulciano, que
se cultiva en sus laderas en pequeños viñedos.
Comenzamos
el descenso por las empinadas cuestas en busca del restaurante
elegido El
Logge del Vignola,
desde el primer momento nos pareció un lugar encantador, el trato
exquisito, la comida superior y el vino una maravilla. De aperitivo
nos pusieron una especie de brandada acompañada de una copa de
espumoso. Tanto el entrante, una tempura de verduras acompañada de
una salsa agridulce, como los segundos: un bacalao y unas costillas
de cerdo estaban buenísimos, muy bien presentados y con unas
guarniciones exquisitas.
La
guinda del
pastel
vino con el postre,
un tiramisú deconstruido: una base de helado de avellana en forma de
cono truncado, encima una bola de chocolate recubriendo el
mascarpone, una vez en el plato lo rocían con grappa de nobile de
montepulciano y le prenden fuego, la bola explota y el chocolate se
derrite. Si el espectáculo visual era magnífico al degustar aquella
exquisitez se rozaba lo sublime. Muy recomendable.
www.leloggedelvignola.com
Después de tan espléndida comida
retomamos la ascensión a pie por la calle principal, tomamos un café
en el histórico Poliziano desde cuya terraza se divisa una magnifica
vista hacia el valle con el lago Trasimeno al fondo. En la calle
desembocan empinados callejones a izquierda y derecha.
La calle está repleta de comercios
de todo tipo y salpicada de palacios. De vez en cuando aparecen
miradores al valle, nos lo tomamos con mucha calma y conseguimos
llegar hasta lo alto disfrutando de las vistas y de la buena tarde
que hacía. Hicimos unas
cuantas compras gastronómicas.
Una vez salimos de la muralla
contemplamos la puesta de sol entre nubes y más tarde la luna llena
sobre el valle.
La noche fue tranquila y el domingo
16 amaneció despejado pero con la
niebla densa en el valle. Había anunciado mercadillo ecológico y
además queríamos comprar vino. Nos fuimos al mercadillo que resultó
ser normal y corriente como los de nuestra tierra, así y todo
hicimos alguna compra. El microbús no funcionaba pues la calle
estaba ocupada por los puestos del mercadillo, comenzamos la
ascensión lentamente, nos paramos de vez en cuando a contemplar las
vistas hacia el valle con la niebla, casi sin darnos cuenta llegamos
hasta la plaza, allí visitamos un par de cantinas y degustamos algún
vino. El recuerdo del que habíamos bebido con la comida del día
anterior hacía que ninguno
nos gustara, así que esperamos a que abriera el restaurante y les
compramos a ellos unas botellas. Nos reconocieron y les encantó que
volviéramos.
Pusimos rumbo a Siena, el
aparcamiento que habíamos elegido era, teóricamente, el que tenía
el acceso más fácil al casco histórico. Por contra sabíamos que
sería bastante ruidoso por el tráfico que lo rodeaba. Lo segundo
era cierto, lo primero no tanto. Había que caminar unos quince
minutos por una carretera con bastante pendiente, el primer tramo no
tenía ni acera ni arcén. Después de la dura subida se llegaba a
una sucesión de escaleras mecánicas que dejaban cerca de la
catedral. Paramos un rato a contemplar la fachada iluminada todavía
en parte por el sol.
Me acerqué a la taquilla a comprar
las entradas para la visita al conjunto catedralicio, me aseguraron
que servían para el día siguiente así que dada la hora optamos por
dejar la visita para el lunes y nos dedicamos al callejeo demorando
la llegada a la impresionante Plaza del Campo, cuando por fin
accedimos a ella el espectáculo fue magnífico, la parte alta de
algunos edificios aún estaba iluminada por los últimos rayos de
sol.
Divagamos un poco más y finalmente
nos sentamos en una terraza a tomar una cerveza, la más cara de
nuestra vida, 8€ cada una. Pasamos un buen rato sentados
disfrutando del tontódromo (lugar en que la gente pasea de
un lado a otro para ver y ser vistos). Así habíamos bautizado hace
7 años a la calle principal de Peruggia en nuestro anterior viaje a
Italia. En el camino de regreso a las escaleras pasamos por un
comercio de chocolate en el que no paraban de ofrecer muestras de
degustación, al final picamos y compramos algo.
La noche según lo previsto fue
ruidosa y amaneció con niebla en el valle y sol en lo alto.
Repetimos la desagradable subida, pues aunque había autobús no
venía ninguno y para comprar los billetes había que ir a una
gasolinera cruzando dos carreteras con mucho tráfico y sin paso de
peatones.
Cuando llegamos a la catedral estaba
cerrada y no ponía el horario de apertura, averiguamos que abriría
a las 10,30. Para hacer tiempo entramos en Santa María de la Scalla,
edificio gótico antiguo hospital de peregrinos, escuchamos música
y localizamos su origen, procedía de una capilla en la que había un
concierto de órgano que había empezado a las 10 de la mañana ¡que
horarios tan raros tienen en Siena!
Por fin nos adentramos en la
catedral y pudimos contemplar las maravillas que alberga,
especialmente llamativos son los suelos de mármol con escenas
bíblicas e históricas.
También son interesantes la
sillería, algunas esculturas de Miguel Ángel y de Donatello, y la
librería Piccolomini que alberga los libros del Papa Pio II y cuyo
techo está cubierto por frescos de Pinturicchio. Concluida la visita
de la catedral accedimos al museo que alberga magníficas esculturas
y subimos los casi doscientos peldaños que dan acceso a la azotea de
Facciatone, desde la que se tiene la mejor vista de Siena desde las
alturas.
Por último visitamos el
baptisterio, con más frescos y cuya obra maestra es la pila
bautismal.
Aún caminamos un buen rato en busca
de otro par de iglesias, que distaban bastante una de la otra, para
colmo la segunda estaba cerrada a pesar de que según los horarios
que teníamos aun faltaba media hora para el cierre. El andar por
Siena es bastante desagradable pues las calles son estrechas y sin
aceras, los vehículos circulan constantemente y los altos edificios
de piedra oscura provocan sensación de agobio. Finalmente llegamos
al punto donde teóricamente pasan los autobuses que descienden hasta
el aparcamiento y nos pusimos a esperar, había varios microbuses y les
preguntamos a los conductores, nos dijeron que eran para los turistas
de las excursiones con autobuses grandes que paraban en nuestro
aparcamiento. Cansados de esperar emprendimos el descenso bastante
agotados, enseguida apareció un autobús que sí
nos servía pero por mas señas que le hice no quiso parar.
Definitivamente nuestra relación con el transporte público en este
viaje ha sido mala.
Un poco antes de que se cumplieran
las 24h por las que habíamos pagado nos pusimos en marcha en
dirección al área camping de San Gimignano. Antes de entrar paramos
a comer en un recodo de la carretera, por fin entramos y confirmamos
que había servicio gratuito para llevarnos al pueblo cada media
hora. Nos instalamos y ya no nos movimos en toda la tarde, nos
dedicamos a hacer un poco de limpieza en la autocaravana, a volcar
los cientos de fotos al ordenador de Tere y a relajarnos. ¡Ya nos
merecíamos un descanso!
A la mañana siguiente después de
una buena ducha nos acercó el encargado en una furgoneta hasta el
pueblo, eso sí nos dejó bastante abajo y tuvimos que remontar un
par de buenas cuestas antes de acceder a la calle principal por una
puerta de la muralla. Quedamos en que nos recogería a las 15,30.
San Gimignano es conocida por su
múltiples torres, símbolos del poder de las distintas familias en
la edad media. Contemplada
en la distancia da la impresión de ser una ciudad moderna con sus
rascacielos. Además está rodeada de viñedos en los que se produce
el afamado Chianti, y en los bosques de sus alrededores se generan
muchas trufas, además hay una buena producción de aceite (aunque
esto último para nosotros tenga menos interés).
Antes de entrar en el recinto
amurallado comenzó a llover, solo llevábamos un paraguas pequeño
así que compramos otro, también compramos unos ricos quesos en un
comercio pequeño, la chica que hablaba español nos permitió
guardarlos allí y recogerlos a la salida. Poco a poco llegamos hasta
la plaza de la Cisterna y a su vecina la del Duomo. En la catedral se conservan las reliquias de Santa Fina la
patrona de la ciudad, la capilla a ella dedicada es muy hermosa, la nave central está decorada con multitud de frescos.
Después entramos en el palacio comunal y yo me animé a subir a la
Torre Grossa, valió la pena el esfuerzo para poder contemplar desde
allí las muchas torres y la campiña toscana.
Después nos dirigimos hacia lo que
denominan La Roca, en realidad los restos de una fortaleza, desde
aquí también se divisa un magnífico panorama.
Nos sentamos en una terraza a tomar
un vino, compartiendo mesa, sin darnos cuenta, con un numeroso grupo
de alemanes. Descendimos por la calle principal hacia la otra puerta
de la muralla, visitamos una iglesia románica y al llegar a la de
San Agustín la encontramos cerrada a cal y canto. Deshicimos el
camino y empezamos a buscar un lugar para comer, en uno de los
restaurantes tenían como reclamo una caja de madera llena de trufas
blancas gordas como puños.
Nos animamos y comimos una rica
pasta al tartufo con bastantes virutas de trufa fresca y bebimos un
gran Chianti. Después de comer compramos unos helados en una
heladería que ostentaba el título de mejor helado del mundo
de hace un par de años, con el helado en una mano y el paraguas en
la otra nos asomamos a un mirador sobre la campiña y allí
refugiados dimos cuenta del helado.
Iniciamos el descenso, recogimos los
quesos y fuimos al lugar de encuentro con la furgoneta, que llegó
unos minutos antes de la hora acordada pero nosotros ya estábamos
allí. Una vez en el área recogimos, pagamos y cruzamos la carretera
andando y subimos por el camino de una hacienda (cantina)
en la que vendían vino y aceite para comprar unas cuantas
botellas de vino. Después bajé a por la autocaravana y las cargamos
poniendo rumbo al último destino del viaje por la Toscana, Volterra.
La carretera recorre paisajes preciosos, entre viñedos, olivares y
encinares, pero no encontramos un lugar donde parar
para hacer alguna foto. Para los italianos las señales de tráfico,
las limitaciones de velocidad y las rayas continuas de la carretera
forman parte del paisaje, el adelantamiento con raya continua
es habitual, únicamente en
este recorrido vimos a la
policía sancionando a un vehículo, supongo que por adelantamiento
con raya continua.
Si todos los pueblos visitados
estaban en alto, Volterra estaba más alto todavía. Después de una
gran ascensión paramos en un aparcamiento en el que había un par de
autocaravanas y dos camiones, caminamos hasta la parada de autobús y
vimos los horarios, solo quedaba un autobús de subida para el que
faltaba casi una hora y luego el de descenso salía casi enseguida
por lo que no tendríamos más de media hora para dar una vuelta por
el pueblo, renunciamos. Me puse a buscar por internet a ver si había
algún otro aparcamiento mejor comunicado y encontré uno que al
parecer estaba junto a la antigua estación y que desde allí salían
escaleras mecánicas. Le metimos las coordenadas al gps y nos pusimos
en marcha. Maldita la hora. El gps nos hizo una jugarreta
imperdonable, nos metió por unos caminos de tierra y piedra llenos
de baches. El camino cada vez descendía más y estaba claro que no
llevaba a ningún lugar, así que decidimos intentar dar la vuelta
aprovechando un pequeño entrante que había junto a una curva,
empecé la maniobra y llegó un momento en el que no pude continuar
pues la rueda delantera derecha patinaba. Me bajé, calcé las ruedas
traseras con piedras y lo volví a intentar, no hubo manera, la rueda
patinaba y echaba humo, pusimos
una toalla debajo a ver si agarraba pero fue en vano. La situación
era angustiosa, de noche en medio de la nada y la autocaravana parada
en una fuerte pendiente en plena curva y calzada con dos piedras.
Tere dijo que había que intentar buscar ayuda, caminamos cuesta
abajo y encontramos una casa, parecía que no había nadie pero
resultó que sí había luz,
golpeamos el cristal de una ventana y apareció una mujer que nos
hizo gestos de que diéramos la vuelta a la casa. La puerta estaba en
la parte de atrás y allí
nos esperaba, le contamos como pudimos lo que pasaba, salió
el marido se lo contó, estuvieron hablando entre ellos y por fin
ella cogió el teléfono y empezó a hacer llamadas. Al cabo de un
rato nos dijeron que venía alguien para echarnos una mano, subimos
la cuesta con el marido y allí junto a la auto estaba Michelle con
su Land-Rover. Estudió la situación, localizó donde se ponía el
gancho para remolcarnos y nos pidió el tornillo-gancho para
enroscarlo. No teníamos ni idea de donde estaba, él no paraba de
preguntar por la caja de herramientas, por más que la buscábamos en
el garaje no aparecía, miré el libro de instrucciones y no lo
encontraba y llegaron a
preguntarnos si la autocaravana era nuestra; hasta que Tere
localizó en el libro que las herramientas están debajo del asiento
del copiloto. Menos mal que tiene la virtud de mirar los papeles
hasta de canto, o como ella dice “a la mujer y al papel hasta el
culo le has de ver”. Encontrado el gancho solo faltaba una
maroma para engancharnos al Land-Rover, la que el paisano había
subido era muy fina, así que Michelle cogió
su Land-Rover y se fue a casa, al poco volvió con una manguera y
realizó las ataduras. Me dio instrucciones de cómo
llevar la auto una vez que nos arrastrara. Arrancó el Land-Rover y
consiguió sacarnos del atolladero, a la altura de su casa paró,
desató la manguera, desenroscó el tornillo, que se había torcido y
nos lo devolvió. Nos informó que siguiendo el camino llegaríamos a
un aparcamiento junto a la piscina y el polideportivo. Le preguntamos
que cuanto le debíamos y nos dijo que nada. Tampoco conseguimos que
ni él ni el señor de la casa nos aceptaran al menos una botella de
vino español. Solo quedaba despedirse y darles las gracias. Nunca
olvidaremos lo que hicieron por nosotros. Si alguna vez volvemos por
Volterra iremos a verles y les llevaremos algo. De la mujer ni
siquiera pudimos despedirnos, y ella tuvo un papel fundamental en la
solución de nuestro problemón. Pues fue la que insistió en
localizar a alguien que nos echara una mano.
Una vez instalados en el
aparcamiento, estudiamos la situación y decidimos que renunciábamos
a visitar Volterra, urgía que nos revisaran la rueda pues teníamos
muchos kilómetros hasta casa y podía estar perjudicada. Localizamos
dos talleres Fiat con servicio para autocaravanas, uno en Pisa y otro
en Livorno. Decidimos ir al de Pisa pues aunque la distancia era
prácticamente la misma el de
Pisa estaba más cerca de la autopista de regreso.
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