El lunes 10 por fin llegamos a
Florencia, aparcamos en el parking de pago de Viale Europa y tomamos
el autobús para el centro. Nos bajamos nada más cruzar el río para
tener una primera visión del Ponte Vecchio.
Compramos la tarjeta de visite
Florencia (Firenzecard) y comimos como turistas “vulgarmente”
y comenzamos por fin la visita: La abadía florentina (que solo se
puede ver los lunes), el museo Barguello y La iglesia de la Santa
Croce.
Ya llevábamos una buena ración de
arte encima. Necesitábamos un plano de los autobuses y fuimos a la
estación a por él. Al final nos lo dieron en la oficina de turismo
de Santa María Novella, a pesar de tenerlo no acababa de localizar
la parada del autobús que nos llevara al
aparcamiento, el mapa no es muy detallado y aunque dibuja el trazado
de las líneas, no especifica las paradas. Por fin después de unos
quince minutos encontramos la parada del bus y afortunadamente nos
pudimos sentar pues estábamos agotados.
Al día siguiente, que era lluvioso,
retomamos las visitas: El museo San Marco y los maravillosos frescos de Fra Angelico.
Palazzo Medicci-Ricardi, especialmente la Capilla Medicea y su espléndida procesión de los Reyes Magos de Benozzo Gozzoli. Escondido en un gran lienzo nos encontramos una imagen de Tyrion Lannister (juego de tronos).
Comimos
espléndidamente, en un pequeño restaurante de la vía Cavour
(Barbecue) en el que descubrimos un rico plato de la comida toscana
la
ribollita,
una especie de potaje de verduras y legumbres riquísimo.
Después de comer volvió a llover,
nos acercamos al impresionante Duomo, visitamos también el
baptisterio y subí al campanario de Giotto, realmente no lo subí
entero, me paré en el penúltimo piso. Las vistas eran las mismas y
me ahorraba unos cuantos peldaños.
Nos acercamos a Santa María
Novella, pero ya estaba cerrada. Lo que si pudimos visitar es la
Oficina de Farmacia del
mismo nombre. Actualmente elaboran cientos de productos cosméticos y
perfumes, así como infusiones. El interior del edificio es
magnífico y como todos los lugares florentinos, llenos de turistas.
No pudimos sentarnos a tomar una infusión. Agotados y con frío
regresamos al aparcamiento y como necesitábamos tomar agua y vaciar
los depósitos nos fuimos al Área Camping Firenze en la Via Generale
Dalla Chiesa.
El miércoles día doce amaneció
soleado, nos dimos una buena ducha en las instalaciones del área y
volvimos al aparcamiento de viale Europa. Nos montamos en nuestro ya
familiar autobús num. 23 dispuestos a continuar empapándonos de
Florencia. Al poco rato subió un controlador solicitando los
billetes, cuando nos tocó el turno le di las Firenzecard (FC) y
me pedía algo más, consultó algo por teléfono y nos informó de
las FC no eran suficientes para usar el transporte público y
que teníamos que haber sacado un suplemento; por más que protesté
alegando que en ningún lugar de la documentación que nos
facilitaron informaba de ello y que en todas las ciudades en las que
hemos tenido tarjetas de ese tipo el transporte está incluido, nos
pidió la documentación y redactó sendas multas de 50€ a cada
uno, a él solo se le podía pagar en efectivo, si pagábamos en las
oficinas en un plazo de 24h serían 55€ y según pasaran los días
se iría incrementando el importe hasta llegar a los 240€ si al
final pagábamos en España. Afortunadamente no teníamos efectivo
suficiente, luego reflexionamos y decidimos que intenten cobrarnos en
España, si es que pueden. Continuamos en el bus hasta nuestro
destino, Santa María Novella, a lo largo del recorrido vimos en
todas las paradas controladores sancionando
a turistas, se ve que ese día los habían sacado a la caza
del guiri. Seguro que muchos ingenuos sí
llevaban dinero suficiente picaron y pagaron la multa.
A Santa María Novella se accede por
la oficina de turismo, así que antes de entrar compramos los
suplementos del transporte. Nos dijeron que de las cinco oficinas de
turismo que hay por la ciudad solamente en ésa se pueden adquirir y
sólo se pueden pagar en efectivo. Raro, raro, raro.
Indignados pero ya tranquilos
comenzamos la visita y nos volvimos a empapar de frescos y otras
obras de arte, a la salida comentamos que ya empezábamos a estar un
poco saturados y comprendimos el llamado síndrome de Stendhal.
Con alguna que otra equivocación en
las direcciones de los autobuses conseguimos llegar al otro lado del
Arno, pues allí estaban nuestros próximos destinos. En primer lugar
el inmenso palacio Pitti, en cuya parada el conductor no paró a
pesar de haberla solicitado con suficiente antelación. Ese día nos
tocó sufrir bastante a los empleados de la empresa municipal de
transportes. Dada la hora pensamos que lo mejor era comer antes de
entrar en el Pitti. Esta vez no acertamos y el lugar elegido era casi
comida basura a precio de trattoria.
Después de comer sí
tomamos un rico café y buen helado e hicimos unas cuantas compras.
Delante del Pitti había una gran
explanada en curva en la que se sienta la gente, nosotros no fuimos
menos y allí nos sentamos a acabarnos el helado.
El Pitti es inmenso, alberga cinco
museos y unos
jardines enormes, visitarlo todo puede ser agotador, así que optamos por
lo que nos interesaba: La galería palatina y dentro de ésta
intentar buscar las obras de los pintores que más nos apetecía ver:
Rafael, Caravaggio, Tiziano, Van Dyck, Tintoretto, Veronés,
Ribera...... La organización del museo es un desastre, los cuadros
parecen estar puestos en función del hueco que haya en las paredes,
lo que obliga a pasar por todas las salas, coger unos croquis que hay
a la entrada y ver si hay algo de lo buscado, y si no se hace así se
echa una ojeada rápida a la sala y se fija uno en lo que le llama
la atención. Así y todo verlo entero es un empacho y acaba
produciendo saturación. Además la iluminación, natural o
artificial, es deficiente y hay muchos cuadros que reciben reflejos
horribles que impiden apreciarlos bien.
A la salida decidimos visitar los
jardines Boboli, resultaron ser también inmensos y sin grandes
atractivos. Las que si eran grandes eran las cuestas que había para
recorrerlos. Por salvar algo de los jardines diré que si que hay
hermosas vistas de Florencia.
Como seguía luciendo el sol y
estábamos en la orilla adecuada era el momento de ir a la explanada
Michellangelo a contemplar la puesta de sol, después de tomar dos
autobuses llegamos a la explanada y junto a cientos de turistas nos
sentamos en las escaleras a
disfrutar de las vistas y de las últimas luces de la tarde. De la
puesta de sol propiamente dicha no pudimos disfrutar pues en el
último momento aparecieron unas oscuras nubes que lo impidieron.
Aun nos quedaba algo por ver allí
cerca y todavía estábamos a tiempo pues no cerraban hasta las siete
y media, San Miniato al Monte
la única iglesia de estilo románico de Florencia, valió la pena el
esfuerzo de subir hasta ella. Seguramente las puestas de sol desde
allí son igualmente hermosas y no hay tanta gente como en la
explanada.
Finalizada la visita los autobuses
se portaron por fin bien con nosotros y solo nos tocó esperar un
par de minutos, el siguiente pasaba media hora después. Antes de
coger el 23 que nos llevaría
a casa pudimos hacer una compra de alimentos de los que
daríamos buena cuenta esa noche para cenar: alcachofas en ensalada,
un rico embutido, queso, aceitunas y un buen pan, soso, como todos los
que hemos comido en Italia, pero rico.
El jueves 13 amaneció lluvioso. Los
días pares tocaba sol y los impares lluvia. El objetivo principal
del día era visitar la famosa Galería de los Uffizi. Nos tocó
hacer una media hora de cola, y no las teníamos todas con nosotros
de que estuviéramos en la cola adecuada, pero sí,
al final estábamos en la buena y comenzamos la visita de otro
inmenso museo de pintura, abarrotado de gente, un poco mejor
organizado que el Pitti, pero también caótico. Fuimos selectivos y
así y todo acabamos agotados y saturados. Aunque ningún amante de
la pintura debe dejar de visitarlo.
Era la hora de comer y como sería
nuestro último día en Florencia no podíamos marcharnos sin probar
la afamada bisteca florentina, el T-bone steak de los americanos, una
chuleta de vacuno con el hueso en forma de T. Había localizado un
restaurante recomendado en alguna guía cerca de los Uffizi donde lo
servían con garantía de autenticidad. Allí nos dirigimos, nos tocó
esperar más de la cuenta hasta que nos lo sirvieron y la conclusión
es que tenía una parte muy jugosa y otra más seca. Nos gusta más
la carne roja que de vez en cuando, solo de vez en cuando, comemos
por aquí.
Prácticamente habíamos completado
el programa de visitas previstas en Florencia, quedaban un par de
iglesias, pero nos dedicamos al callejeo que también nos gusta y
dimos con una calle llena de palacios y comercios pequeños en los
que encontramos cosas bellas y curiosas. Nos comimos el mejor helado
de todo el viaje, de chocolate con naranja. En una de las tiendas en
las que entramos vimos esta tierna imagen de un perro durmiendo la
siesta encima de una mesa.
Al final visitamos ese par de
iglesias, aunque sin mucho interés y emprendimos camino al siguiente
destino Arezzo.
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