domingo, 6 de noviembre de 2016

II - Florencia


El lunes 10 por fin llegamos a Florencia, aparcamos en el parking de pago de Viale Europa y tomamos el autobús para el centro. Nos bajamos nada más cruzar el río para tener una primera visión del Ponte Vecchio.



Compramos la tarjeta de visite Florencia (Firenzecard) y comimos como turistas “vulgarmente” y comenzamos por fin la visita: La abadía florentina (que solo se puede ver los lunes), el museo Barguello y La iglesia de la Santa Croce.



Ya llevábamos una buena ración de arte encima. Necesitábamos un plano de los autobuses y fuimos a la estación a por él. Al final nos lo dieron en la oficina de turismo de Santa María Novella, a pesar de tenerlo no acababa de localizar la parada del autobús que nos llevara al aparcamiento, el mapa no es muy detallado y aunque dibuja el trazado de las líneas, no especifica las paradas. Por fin después de unos quince minutos encontramos la parada del bus y afortunadamente nos pudimos sentar pues estábamos agotados.

Al día siguiente, que era lluvioso, retomamos las visitas: El museo San Marco y los maravillosos frescos de Fra Angelico.



Palazzo Medicci-Ricardi, especialmente la Capilla Medicea y su espléndida procesión de los Reyes Magos de Benozzo Gozzoli. Escondido en un gran lienzo nos encontramos una imagen de Tyrion Lannister (juego de tronos).



Comimos espléndidamente, en un pequeño restaurante de la vía Cavour (Barbecue) en el que descubrimos un rico plato de la comida toscana la ribollita, una especie de potaje de verduras y legumbres riquísimo.



Después de comer volvió a llover, nos acercamos al impresionante Duomo, visitamos también el baptisterio y subí al campanario de Giotto, realmente no lo subí entero, me paré en el penúltimo piso. Las vistas eran las mismas y me ahorraba unos cuantos peldaños.



Nos acercamos a Santa María Novella, pero ya estaba cerrada. Lo que si pudimos visitar es la Oficina de Farmacia del mismo nombre. Actualmente elaboran cientos de productos cosméticos y perfumes, así como infusiones. El interior del edificio es magnífico y como todos los lugares florentinos, llenos de turistas. No pudimos sentarnos a tomar una infusión. Agotados y con frío regresamos al aparcamiento y como necesitábamos tomar agua y vaciar los depósitos nos fuimos al Área Camping Firenze en la Via Generale Dalla Chiesa.

El miércoles día doce amaneció soleado, nos dimos una buena ducha en las instalaciones del área y volvimos al aparcamiento de viale Europa. Nos montamos en nuestro ya familiar autobús num. 23 dispuestos a continuar empapándonos de Florencia. Al poco rato subió un controlador solicitando los billetes, cuando nos tocó el turno le di las Firenzecard (FC) y me pedía algo más, consultó algo por teléfono y nos informó de las FC no eran suficientes para usar el transporte público y que teníamos que haber sacado un suplemento; por más que protesté alegando que en ningún lugar de la documentación que nos facilitaron informaba de ello y que en todas las ciudades en las que hemos tenido tarjetas de ese tipo el transporte está incluido, nos pidió la documentación y redactó sendas multas de 50€ a cada uno, a él solo se le podía pagar en efectivo, si pagábamos en las oficinas en un plazo de 24h serían 55€ y según pasaran los días se iría incrementando el importe hasta llegar a los 240€ si al final pagábamos en España. Afortunadamente no teníamos efectivo suficiente, luego reflexionamos y decidimos que intenten cobrarnos en España, si es que pueden. Continuamos en el bus hasta nuestro destino, Santa María Novella, a lo largo del recorrido vimos en todas las paradas controladores sancionando a turistas, se ve que ese día los habían sacado a la caza del guiri. Seguro que muchos ingenuos llevaban dinero suficiente picaron y pagaron la multa.

A Santa María Novella se accede por la oficina de turismo, así que antes de entrar compramos los suplementos del transporte. Nos dijeron que de las cinco oficinas de turismo que hay por la ciudad solamente en ésa se pueden adquirir y sólo se pueden pagar en efectivo. Raro, raro, raro.

Indignados pero ya tranquilos comenzamos la visita y nos volvimos a empapar de frescos y otras obras de arte, a la salida comentamos que ya empezábamos a estar un poco saturados y comprendimos el llamado síndrome de Stendhal.



Con alguna que otra equivocación en las direcciones de los autobuses conseguimos llegar al otro lado del Arno, pues allí estaban nuestros próximos destinos. En primer lugar el inmenso palacio Pitti, en cuya parada el conductor no paró a pesar de haberla solicitado con suficiente antelación. Ese día nos tocó sufrir bastante a los empleados de la empresa municipal de transportes. Dada la hora pensamos que lo mejor era comer antes de entrar en el Pitti. Esta vez no acertamos y el lugar elegido era casi comida basura a precio de trattoria. Después de comer tomamos un rico café y buen helado e hicimos unas cuantas compras.

Delante del Pitti había una gran explanada en curva en la que se sienta la gente, nosotros no fuimos menos y allí nos sentamos a acabarnos el helado.




El Pitti es inmenso, alberga cinco museos y unos jardines enormes, visitarlo todo puede ser agotador, así que optamos por lo que nos interesaba: La galería palatina y dentro de ésta intentar buscar las obras de los pintores que más nos apetecía ver: Rafael, Caravaggio, Tiziano, Van Dyck, Tintoretto, Veronés, Ribera...... La organización del museo es un desastre, los cuadros parecen estar puestos en función del hueco que haya en las paredes, lo que obliga a pasar por todas las salas, coger unos croquis que hay a la entrada y ver si hay algo de lo buscado, y si no se hace así se echa una ojeada rápida a la sala y se fija uno en lo que le llama la atención. Así y todo verlo entero es un empacho y acaba produciendo saturación. Además la iluminación, natural o artificial, es deficiente y hay muchos cuadros que reciben reflejos horribles que impiden apreciarlos bien.


A la salida decidimos visitar los jardines Boboli, resultaron ser también inmensos y sin grandes atractivos. Las que si eran grandes eran las cuestas que había para recorrerlos. Por salvar algo de los jardines diré que si que hay hermosas vistas de Florencia.




Como seguía luciendo el sol y estábamos en la orilla adecuada era el momento de ir a la explanada Michellangelo a contemplar la puesta de sol, después de tomar dos autobuses llegamos a la explanada y junto a cientos de turistas nos sentamos en las escaleras a disfrutar de las vistas y de las últimas luces de la tarde. De la puesta de sol propiamente dicha no pudimos disfrutar pues en el último momento aparecieron unas oscuras nubes que lo impidieron.



Aun nos quedaba algo por ver allí cerca y todavía estábamos a tiempo pues no cerraban hasta las siete y media, San Miniato al Monte la única iglesia de estilo románico de Florencia, valió la pena el esfuerzo de subir hasta ella. Seguramente las puestas de sol desde allí son igualmente hermosas y no hay tanta gente como en la explanada.



Finalizada la visita los autobuses se portaron por fin bien con nosotros y solo nos tocó esperar un par de minutos, el siguiente pasaba media hora después. Antes de coger el 23 que nos llevaría a casa pudimos hacer una compra de alimentos de los que daríamos buena cuenta esa noche para cenar: alcachofas en ensalada, un rico embutido, queso, aceitunas y un buen pan, soso, como todos los que hemos comido en Italia, pero rico.

El jueves 13 amaneció lluvioso. Los días pares tocaba sol y los impares lluvia. El objetivo principal del día era visitar la famosa Galería de los Uffizi. Nos tocó hacer una media hora de cola, y no las teníamos todas con nosotros de que estuviéramos en la cola adecuada, pero , al final estábamos en la buena y comenzamos la visita de otro inmenso museo de pintura, abarrotado de gente, un poco mejor organizado que el Pitti, pero también caótico. Fuimos selectivos y así y todo acabamos agotados y saturados. Aunque ningún amante de la pintura debe dejar de visitarlo.



Era la hora de comer y como sería nuestro último día en Florencia no podíamos marcharnos sin probar la afamada bisteca florentina, el T-bone steak de los americanos, una chuleta de vacuno con el hueso en forma de T. Había localizado un restaurante recomendado en alguna guía cerca de los Uffizi donde lo servían con garantía de autenticidad. Allí nos dirigimos, nos tocó esperar más de la cuenta hasta que nos lo sirvieron y la conclusión es que tenía una parte muy jugosa y otra más seca. Nos gusta más la carne roja que de vez en cuando, solo de vez en cuando, comemos por aquí.

Prácticamente habíamos completado el programa de visitas previstas en Florencia, quedaban un par de iglesias, pero nos dedicamos al callejeo que también nos gusta y dimos con una calle llena de palacios y comercios pequeños en los que encontramos cosas bellas y curiosas. Nos comimos el mejor helado de todo el viaje, de chocolate con naranja. En una de las tiendas en las que entramos vimos esta tierna imagen de un perro durmiendo la siesta encima de una mesa.



Al final visitamos ese par de iglesias, aunque sin mucho interés y emprendimos camino al siguiente destino Arezzo.

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